martes, 30 de octubre de 2007

Hay que llegar a Fuentes

Hace unos cuantos años que Raúl Guíu acuñó esta frase. Estábamos él y yo y José Antonio Aguilar en el escenario del cine de Fuentes de Ebro en pleno de desarrollo del festival. No recuerdo qué cortos llevábamos ese año, pero sí recuerdo que no estábamos dentro de la Sección Oficial. Eso fue en 1999.

Fuentes de Ebro fue el primer festival que estuve. Fui en el 98, con Un parque con vistas, mi primer corto que se vio en un festival. Yo llevaba haciendo cortos desde 1996 y recuerdo las cosechas de aquél tiempo con una inocencia aplastante. El paso de los años ha hecho que en Aragón hiciésemos cortos complejos y nos superáramos sin freno. Recuerdo la primera reunión que tuvo la Asamblea de Cineastas Aragoneses (ACA) en la que se expuso el tema de hacernos la competencia entre nosotros o no. Jorge Blas dijo que él creía que la competencia era sana, que ayudaba a que mejorásemos y a superarnos. Suena a teoría neo-liberalista, pero es la pura verdad. No pudo estar más acertado.

Este año en Fuentes he visto cortos cojonudos. Y cuando digo cojonudos es porque son buenos, pero buenos de verdad. La mayor parte de la gente que me conoce sabe que no soy muy amigo de las historias intimistas, ni oníricas y, sobre todo, sociales. ¡Ni tan siquiera de ver cortos! A pesar de eso veo Besos robados mil y una veces y tengo El cielo protector de Bertolucci muy grabada en la memoria y Anguila de Imamura me dejó totalmente extasiado. Tres cortos me revolucionaron el cerebro en esta edición: El iglú de Carlos Val, Making of de Víctor Forniés y El talento de las Moscas de Laura Sipán.

Making of tiene unos encuadres que parecen de David Fincher, también hay un plano de Noches Rojas, todo hay que decirlo. Su trama se desarrolla con una agilidad, naturalidad y dinamismo que ya muchos quisiéramos para nuestros cortos. Los actores están increíbles, sobre todo María José Moreno, que se sale del cuadro. De verdad que me dejó aniquilado la puesta en escena, la soltura con la que está hecho todo y la fuerza de su metraje. La escena en la que el protagonista y María José Moreno se encuentran en la calle es absolutamente increíble. Eso parece el Bronx y no Zaragoza, y no es por las pintadas, el callejón y todo eso. Es por cómo suena, por el ambiente que se le ha dado a esa escena, por la que me parece estar viendo A la caza de Friedkin.

El talento de las moscas me ha dejado K.O. Yo, que soy peckinpahniano a muerte, y por por lo tanto me identifico más con un cine más masculino, a pesar de ser un cameroniano hasta la médula y mis personajes favoritos son los femeninos fuertes (Sarah Connor, Ellen Ripley), no he logrado ver aún un corto de corte intimista que me haya gustado hasta la admiración. Sin embargo, la ópera prima de Laura Sipán es toda una lección cinematográfica de fotografía, puesta en escena, montaje y sutileza. Digo bien alto que Sipán encabeza mi Hit List de directoras. ¿Cómo puede ser su ópera prima? Es apabullante, a mi me ha costado 11 años hacer algo que parezca profesional, pero ella nos ha dejado a todos a un lado. Talento, a raudales. El actor que interpreta a Saint-Exupery está formidable, en serio. Y el momento que se adivina El principito es digno de Spielberg. Yo, que ya sólo me emociono con películas de Raoul Walsh, en ese momento, me dio un vuelco el corazón. Si este es su primer corto, cuando haga un largo nos va a dejar a todos boquiabiertos y con los ojos como platos. Sólo por la secuencia pseudo-sexual, Laura Sipán podría ser hija de Orson Welles.

En cuanto a El Iglú, bueno, sencillamente se ha erigido en mi corto favorito este año. No tiene nada que ver con el cine que me suele gustar, pero puedo decir que tranquilamente que hay momentos en que parece que esté encuadrado, dirigido y montado por Sam Peckinpah. Es totalmente sorprendente. Carmen Barrantes, la protagonista es la actriz con más talento, soltura, naturalidad y frescura que ha dado el cine patrio en mucho tiempo. El momento de “no he tomado nunca café” es sencillamente prodigioso. Ese momento en que salta sobre el otro actor – que está soberbio – y se desnudan en su iglú es sin más palabras digno de Jean-Jacques Annaud en sus elaboradas secuencias sexuales. Y el final… qué decir de un final tan sencillo y que tanto dice. Me parece que es un corto maravilloso.

Ha sido todo un orgullo competir con cortos tan buenos. Jorge Blas tenía razón y la sigue teniendo. La competencia estimula la creatividad y hace que hagamos mejores obras. Yo no querría competir con cortos basura, quiero competir con los mejores y que los mejores me derroten, así querré superarme, hacer las cosas mejor, crecer y no rendirme.

Eso me lleva a decir dos cosas: Estoy orgullosísimo de que los presos de Daroca hayan elegido por unanimidad a Perceval como mejor corto para el premio Intramuros. Me llena mucho más ese premio que el de cualquier jurado, porque ellos no tienen nada que perder y podrían dárselo a cualquiera. Yo estuve hace un año dándoles una charla sobre cine, como tantos otros cortometrajistas de la tierra, y fue un auténtico placer y la mejor experiencia en cuanto a conversaciones de cine que he tenido – exceptuando, claro está, las que Víctor Berlín y yo tenemos –. Sin embargo, no puedo más que sorprenderme por la decisión del jurado al premiar a un corto tan amateur, poco trabajado, en absoluto fresco y deslabazado como Cuídala bien. No es una reacción de “Pablo se pica porque no ha ganado”, en absoluto, estoy más que contento con que se haya recompensado la producción del corto, con eso me bastaba, ya llevo unos cuantos años de festival en festival y los premios, llega un punto, en que te la sudan. No me esperaba ganar en Fuentes, ni mucho menos, y Javier Macipe, el director de Cuídala bien, bien sabe que me acerqué a darle la enhorabuena y que le ofrecí que cualquier cosa que necesitara no tenía más que pedirla. Creo que Javier hará dentro de un par de años un corto apabullante, toda una sorpresa, pero no creo que este fuera el mejor corto de este año. Si había un corto ganador era El talento de las moscas. Si no podía ganar al ser una ópera prima, deberían haberle dado una mención especial, porque que una ópera prima tenga tantísima calidad es absolutamente increíble. Deberían haberse saltado todas las normas y dárselo a ella.

Sigo creyendo lo que Jorge dijo y hay que hacer cortos de calidad, hay que superar y hay que apoyar los cortos con un trabajo concienzudo detrás. Cualquiera de los tres favoritos que he dicho se merecía ganar.

martes, 23 de octubre de 2007

ONE DAY IN THE LIFE OF ANDREI ARSENEVICH

Nueva colaboración para la página web multidisciplinar buffering.es

Chris Marker. Enigmático cineasta viajero. Fotógrafo y ensayista. Amante de las citas y del aspecto lúdico de todos los lenguajes. Profeta del hipertexto, advenedizo del multimedia. Desglosar las poliédricas facetas de este cineasta no resulta tarea sencilla...

Sabemos que Chris Marker nació, bajo otro nombre, en algún lugar de Francia. Usualmente se le engloba dentro del grupo de cineastas de la orilla izquierda del Sena, directores como Agnès Varda o Alain Resnais. Todos ellos comenzaron a rodaron su primera película a principios de los años cincuenta, años antes del estallido Nouvelle Vague. El sustrato sobre el que se asientan sus películas primerizas está muy influido por el documental y el contexto político y social resultante de la II Guerra Mundial.

La prolija, inabarcable e invisible obra fílmica y videográfica de Chris Marker es un mágico cajón desastre plagado de recovecos alucinantes. Más allá de sus películas más conocidas: la foto-novela La Jetée[1] (1960), que pasa por ser su única obra de ficción; o la estimulante y sorprendente carta-ensayo-audiovisual, Sans Soleil (1982), se ocultan películas diminutas y preciosas como Dimanche à Pékin (1955) o la película que da título a éste artículo. Más desconocidas aún que sus películas son sus experiencias con el cine expandido, el campo de experimentación de sus últimos trabajos: la instalación multimedia Zapping Zone (1990-1997) o el cd-rom interactivo Immemory (1997).

Chris Marker, recibió el encargo de Janine Bazin y André S. Labarthe para realizar una película sobre su colega y amigo Andrei Tarkovski, fallecido poco después de terminar su último film, Sacrificio (1986). No era esta la primera vez que Marker homenajeaba a un colega. En A.K. (1985), Marker realiza su primer documental-retrato, acerca de Akira Kurosawa, a través del making of de Ran (1985). A pesar de sus diferencias, tanto Kurosawa como Tarkovski mantienen importantes puntos en común. Ambos deben gran peso de su cine a la formación oriental que dota de importancia clave a los elementos; ambos emplean encuadres de presesión milimétrica donde el color, si es que lo hay, cobra un protagonismo fuera de lo común.

En el viaje que nos propone Marker, asistimos a los últimos días de vida del genial director Tarkovski. Sacrificio es la segunda película que el director ruso realiza en el exilio, tras la experiencia italiana de Nostalghia (1983), film realizado después de que el director abandonara la dictadura soviética que le impedía trabajar. Sus películas cada vez encontraban más trabas por parte de las autoridades soviéticas, que tachaban su trabajo de críptico y elitista, maltratándolo hasta hacer imposible el visionado de sus films. Poco después de su exilio voluntario, su nombre desaparecería de los medios de comunicación y sus películas dejarían de circular completamente dentro de la URSS.

Marker se sirve de Sacrificio como eje argumental para su documental. Para ello, emplea imágenes del rodaje en 16 mm., así como imágenes del propio Tarkovski postrado en una cama durante sus últimos meses de lucha contra un cáncer que le terminaría devorando a los 54 años. En esta película se dan cita los habituales elementos del cine de Marker. Una voz en off femenina hace de guía a través del montaje de imágenes que Marker elige con destreza. La apertura del film la reserva para un momento de inédita intimidad, cuando nos muestra imágenes del emotivo reencuentro de Tarkovski con su hijo, Andriushka, después de seis años de enfrentamientos con la deshumanizada burocracia soviética.

Tarkovski recibió sus primeras sesiones de radioterapia poco antes de comenzar el rodaje de Sacrificio. Esta circunstancia terrible no le restó fuerzas para rodar el plano que Marker presenta como “quizás el más difícil de la historia del cine”. Un plano secuencia de seis minutos localizado en la isla sueca de Gotland, santuario de Ingmar Bergman, filmado por un equipo de rodaje que se comunicaba en más de cinco idiomas diferentes. En éste plano, el plano secuencia más citado tras el de Sed de Mal (Orson Welles, 1958), el decorado natural de una casa en llamas, sirve de fondo para una compleja coreografía entre el movimiento de la cámara y el anárquico ir y venir de los personajes.

Como en otros casos a lo largo del documental, Marker se sirve del montaje paralelo para escenificar la intensa relación entre la vida y la obra del director ruso. Para el momento del rodaje del plano secuencia, escoge la colosal secuencia de Andrei Rublev (1966), en la que el niño, interpretado por Nikolai Burlyayev da la orden de fundición para la campana gigante que él mismo ha diseñado.

La intimidad que nos brinda Marker llega a su punto álgido cuando asistimos como espectadores al primer pase de Sacrificio terminado, después de que Tarkovski haya recibido las segundas sesiones de radioterapia tras el rodaje, postrado en la cama de un hospital parisiense. Acompañado por el director de fotografía de la película, Sven Nykvist, habitual colaborador de Bergman, Tarkovski ve por primera vez concluida su película, el 23 de enero de 1986. Cuando termina el film, la cámara nos muestra un primer plano de Tarkovski, demacrado por la enfermedad, con un pañuelo anudado en la cabeza, nervioso, mordiéndose las uñas. Marker a través del montaje relaciona este sufrimiento con el del propio guía de Stalker (1979) interpretado por Aleksandr Kajdanovsky.

En mayo de 1986, Sacrificio se alzará con cuatro premios en el Festival de Cannes, incluyendo el Premio Especial del Jurado, presidido por Sydney Pollack. La salud de Tarkovski, muy deteriorada, no le permitirá recogerlos en persona, tarea de la que se encarga su hijo.

El documental de Marker se completa con una carta audiovisual que el director ruso Alexander Medvedkin envía a Marker a propósito de la muerte de Tarkovski, compartiendo con él el dolor por la temprana pérdida del artista, mientras desaprueba con firmeza el olvido oficial que el cineasta sufrió en su propia tierra. Medvedkin, que moriría al año siguiente, fue el responsable principal del cine-tren que recorrió en los años treinta las estepas rusas como ejemplo mítico de cine participativo, militante e itinerante; Marker ya había rodado el mediometraje, junto con el grupo de cineastas-obreros, SLON, Le train en marche (1971), acerca de este director, al que homenajearía poco después de su muerte con el largometraje Le tombeau d’Alexandre (El último bolchevique, 1992).

El 28 de diciembre de 1986, once meses después del primer visionado de Sacrificio, Tarkovski muere tras una larga y silenciosa agonía, acompañado de su mujer Larisa y su hijo. Los funerales se celebraron en París, en la iglesia rusa de San Alexander Nevski, en la calle Daru; durante el funeral, el violonchelista y amigo, Mstislav Rostropóvich, en el exilio desde 1974, interpretó partituras Bach, el compositor más admirado por el director. Recibiría sepultura poco después en el cementerio ortodoxo de Sainte-Geneviève-du-Bois, en suelo francés. La mirada del más grande artista ruso que se recuerde quedó extinta definitivamente en aquella navidad de 1986.

VB

[1] El director estadounidense Terry Gilliam realizó en 1995 el remake de esta película, Doce Monos, con gran aceptación por parte del público y la crítica.


FICHA TÉCNICA

Une journée d’Andrei Arsenevich (de la serie Cinéastes de notre temps)
Videocámara, comentario y montaje: Chris Marker.
Imágenes adicionales: Mark-André Batigne, Pierre Camus (16 mm.) y François Widhoff (“Medvedkin 88”).
Voz: Eva Mattes, Marina Vlady, Alexandra Stewart (V. Inglesa).
Fotos: Pierre Fourmentraux.
Multimedium: Ramutcho Matta.
Mezclas: Florent Lavallée.
Producción: Therry Garrel, Claude Guisard, Jean-Jacques Henry, Miane Willemont.
Formato: 16 mm. y vídeo, Color.
Duración: 56 minutos.
Año de producción: 1999.
Nacionalidad: Francia.


miércoles, 17 de octubre de 2007

Genios

Patxi es un tío grande. No lo digo por decir, lo digo porque lo siento. Para empezar, porque nos conocemos desde que teníamos 6 años, para seguir por todo lo que nos ha tocado vivir juntos. Entre esas cosas está cómo me ha hecho vivir este año la gira de Violadores del Verso de la que él forma parte.

Yo no soy rapero, pero los Violadores del Verso me gustan hasta la admiración. Creo que el primer recuerdo que tengo de ellos, es cuando teníamos unos 15 años y en esas cincomarzadas en las que íbamos al parque con el loro y las litronas. En el loro sonaba una cinta de Kase.o. Recuerdo frases suyas, recuerdo lo del “jode culos Ibarra” a la perfección porque mientras magreaba a aquella chica a la que le iba el punk, había cierta clase de pensamientos en mi cabeza. El tipo que traía aquellas cintas era Raúl, hace años que le perdí la pista – y eso que era un tío de puta madre – pero me grabó aquellas cintas y algunas más.

Recuerdo los videoclips de Samuel Zapatero. “Máximo exponente” era grande – sólo por la canción es enorme – y tenía muchísimo ingenio narrativo audiovisualmente. La imagen de Kase.o sobre la bola del mundo en la Plaza del Pilar, Lírico escondido entre las sombras de un parking o Hate entre bailarinas de striptease era cosa seria. “Virtudes y vicios” fue un hit en Zaragoza. Yo me acuerdo mucho del videoclip, rodado en parte en la calle mayor, porque al haberme criado en parte en la Magdalena todo me resultaba muy cercano. Pero recuerdo a la gente cantando esa canción en mil situaciones. Años después, Marta y yo la cantábamos a todo trapo en el coche de camino a las localizaciones de Perceval. Éramos los únicos que nos la sabíamos y que gritábamos al cantarla, los otros tres, en el asiento de atrás, no decían absolutamente nada, pero esa canción a toda hostia por los montes de Loarre era digno de verse.

Cuando Patxi empezó a currar con ellos me contaba cosas asombrosas. Yo me quedé con las ganas de hacerles los videoclips del nuevo disco, algo con lo que había hasta soñado en algún momento, y lo que Patxi me contaba servía al menos para calmar mis ansias por saber de su trabajo y su éxito. Durante el rodaje de Perceval, en el Panchimóvil – que es el antiguo coche de Marcos, el técnico de Doble V – solo sonaban ellos. Al acabar el rodaje, el último día, él y yo íbamos a toda hostia por Loarre con “Trae ese ron” reventando los altavoces del coche.

Luego Patxi me dijo: “Escucha esto” y me puso el “Alas rotas” de Xhellazz. Tras mi ruptura y un año de hostias como panes, me enamoré de esa canción, de esa letra y de toda la tristeza que hay entre línea y línea y entre rima y rima. En los tiempos de juergas jodidas, “Así funciona” del Señor Rojo, se convirtió gracias a Patxi en un himno.

Para mí, enamorado del funky gracias a Eus y de sus letras gracias a Patxi, sus temas han significado mucho a lo largo de este año. De hecho, el primer post que escribí hablaba de ellos (aquí lo linko). Destilan auténtica sabiduría en cada párrafo, son pensamientos de una lucidez alcohólica, de una honestidad directa como un puñetazo. Si Bukowski viviera y supiera español, se volvería loco con sus letras. Con Xhelazz me siento muy identificado porque los problemas con el sexo opuesto inundan sus letras y yo intento que pase lo mismo en lo que escribo. Todo lo que he aprendido y he corroborado escuchándoles se hizo carne hace tan sólo unos días, cuando los vi en el Paseo de la Independencia en un conciertazo increíble de 3 horas. Ellos mismos lo dicen en su página: el concierto de Independencia no es sólo importante porque hayan tenido 70.000 personas viéndolas, lo es más porque un Ayuntamiento ponga en su escenario de lujo a un grupo de rap. El mismo grupo de rap que superó a Bisbal y toda esa basura y se colocó el número 1 en ventas. Eso significa algo y yo creo que habla por sí sólo. Es una gran noticia. Escuchar: “Mi enemigo es la Expo y por su fracaso brindo” en el Paseo de la Independencia, pagado por el Ayuntamiento es todo un lujazo y un golpe al capitalismo, a la especulación urbanística y a todos los maricones de esta ciudad. Ver a Hate en directo, cómo rapea, cómo se mueve; a Lírico improvisando, a Kase.o pidiendo ruido y a Xhelazz armándola fue toda un experiencia. Junto con Maceo Parker y Al Jarreau, los mejores conciertos de mi vida.

Para los que somos de Zaragoza, lo es todavía más, porque demuestra que esta ciudad que quiere tan poco a sus hijos, quizá dé una tregua a los que realmente se lo merecen, como ellos. Yo no sólo les admiro por su música, lo hago también por su estilo, por cómo llevan la fama, por cómo son con la gente que los admira y también con la que los critica. En “Asómate” Lírico lo expone muy bien. Siguen en Zaragoza, viven aquí a sus anchas, sin llamar la atención pero deslumbrando a la gente cuando pasan. Tienen la humildad suficiente para salir por ahí y aceptar las palabras de quienes se les acercan, y también la soberbia necesaria para saberse mucho mejor que todos ellos. Son como una familia y a mi eso me encanta, cuidan unos de los otros, cuando se saludan se abrazan y se dan dos besos. Salen de fiesta juntos, crean juntos y a la vez cada uno hace su vida. Mi hermano, muchas veces llega emocionado a casa y me dice: “¡Joder, iba en el 32 con Kase.o!”. A eso me refiero, son los más grandes y viajan con toda la humildad del mundo. Y eso a mi me encanta, me parece necesario. Ojalá mucha gente actuara de igual modo.

Cuando pincho en el Zorro, acostumbro a utilizar de ellos la intro “de norte a sur” del Genios. En vinilo suena como dios. Alguna vez pongo también “Máximo exponente” que a la gente le encanta, o “Prestigio intocable”, que es mi favorita. De vez en cuando, algún popero de mierda me viene con el rollo de que quite el rap. Yo le mando a paseo rápidamente y le digo que no me venga con hostias, que eso no es sólo rap, ni hip-hop… es poesía.

El otro día tuve la suerte de compartir tragos con ellos hasta altas horas de la madrugada. Con Patxi, claro. Todo un honor. Son gente humilde, pero bien tranquilos pueden decir bien alto que no sólo son magos porque piensan en las canciones que quieren escuchar y las hacen, que no es un vacile, que son genios. Y el que diga lo contrario no tiene ni idea, coño. Chin, chin!

miércoles, 10 de octubre de 2007

Naturaleza muerta


Como un encuadre torcido.

Como un marco desvencijado.


¿Cómo tender un puente? Si no somos ingenieros.

¿Cómo saltar el abismo? Si no somos atletas.

¿Cómo recordar? Sin cambiar, las cosas.


Yo ya no te reconozco y tú ya ni me recuerdas.

En el estanque flota sólo un anzuelo abandonado.


A ti, que tanto me escuchaste. Mudo soy hoy para ti.

Y yo, que tanto te escuché, soy sordo a tus mudas palabras.


Entre tú y yo, solo fango.

Ni fauna.

Ni flora.

Ni tundra.

Ni nada.

Barro oscuro. Sin vida.


A ti, a la que nunca te han leído tus derechos,

te digo que a mi nadie me explicó mis obligaciones.


Por suerte, a mi nunca me han bombardeado.

No vi nada en Hiroshima.

No recuerdo el fuego asesino que arrasó Gernika,

ni la dinamita volante que flotó sobre Dresde.


sábado, 6 de octubre de 2007

Contra natura

No sé si puede llamársele género, pero uno de mis géneros favoritos es el de las películas del “hombre contra la naturaleza”. Sí, coño, son esas películas donde un grupo de urbanitas termina perdido en medio de las montañas y tienen que arreglárselas solos. No siempre son urbanitas, pero suelen serlo. ¿Y qué me gusta tanto de todo esto? Que el encuentro con la naturaleza les hace encontrarse a sí mismos.

¡Oh, sí! Lo sé. El ejemplo que os está viniendo a todos a la cabeza es Deliverance. Bueno, está muy trillado, pero como decía Hitchcock: "más vale partir de un cliché que llegar a él". Esta película, dirigida en el 72 por John Boorman, es uno de los paradigmas, sino quizá el mayor, de lo que intento exponer. Recientemente, Víctor me descubrió la novela en la que se basa y película y libro son como dos gotas de agua. Si bien, en la película aflora ese espíritu ecologista que Boorman acostumbra a inculcar a sus filmes, sin ir más lejos en Excalibur, no vayáis a creer que es casualidad que haya tanto rollo con El Dragón, el bosque, la Dama del Lago y sobre todo, la conexión entre el rey y su tierra: que, en realidad, son uno. (Por algo hizo este hombre La selva esmeralda). En Deliverance, un grupo de colegas cuarentones se van de acampada el fin de semana. Su plan, bajar un río en canoa. Ellos, todos de clase media, con trabajos acomodados y un culo con forma de sofá. Todos, menos Burt Reynolds, que aún cree en la aventura. Él está ejercitado, siente pasión por la naturaleza, no cree en los seguros, sino en lo que él pueda hacer con sus propias manos. Sin embargo, estos cuatro urbanitas ven truncado su paraíso natural, cuando unos sureños malencarados, sin razón aparente – esto es lo mejor de película y novela, que todo parece surgir de un malentendido – les atacan y sodomizan. Pero el amigo Burt les salvará a base de flechazos de su arco. Luego la cosa se complica y son los más débiles del grupo los que deberán hacer frente no sólo al río (un peligro inexorable), también a los lugareños que intentan vengar a sus parientes muertos (un peligro humano). Naturalmente, los que logran salir de ahí, nunca volverán a ser los mismos. Y, lo que además caracteriza esta obra en detrimento de las demás, es que el entorno natural también se irá al traste, pues todo el trasfondo discurre sobre la base de que el río y el valle terminarán siendo una presa, con lo cual todo aquello que significó un día se irá también al carajo. Si eso no es ecologismo, ya me dirán qué lo es.

Acorralado (First blood, 1982) de Ted Kotcheff es una de mis películas favoritas. Sí, lo que habéis oído. Me importa un pijo que a la mayoría de vosotros le parezca aberrante que me guste una película de Rambo, pero yo al menos no voy a actos contra la globalización bebiendo Coca-Cola (o Pepsi, que es más “rebelde”). No voy a justificar porqué me parece una de las obras más brillantes de los 80, ni porqué destaca muy bien uno de los problemas que ocasionó la guerra de Vietnam, salvo pocas excepciones como El regreso de Ashby. Pero sí voy a decir que ejemplifica muy claramente la lucha de un hombre – ahora ya no es un urbanita, sino un tipo entrenado para vérselas con lo que sea – contra los elementos. John Rambo tiene que trepar por paredes de roca imposibles, coserse sus propias heridas, cazar para comer, confeccionarse su propia vestimenta, buscarse la manera de encender fuego… El tío es un paria, un soldado que cuando vuelve a casa no encuentra trabajo y nadie quiere, precisamente por su condición de soldado. Un sheriff de un pueblucho cualquiera le coge tirria pensando que no es más que un vagabundo y… ¡ya está liada! Y así, vemos que lo más curioso de todo esto, no es la lucha que Rambo libra con la naturaleza, sino que se ve obligado a llevar a cabo contra los hombres del sheriff, unos paletos que sólo piensan en pegarle un tiro entre las cejas.

Y vamos in crescendo. Lee Tamahori aportó su granito de arena con El desafío (1997). Esta es una de esas películas que si pillo por casualidad en la tele me quedo hasta el final. No puedo evitarlo, como con El golpe. En ella, Anthony Hopkins es un ricacho casado con una supermodelo. La chica en cuestión, Elle McPherson, tiene una sesión de fotos en medio de las montañas con uno de los fotógrafos en boga (Alec Baldwin) y al señor Hopkins no se le ocurre otra que organizar una excursión entre los machos para sentirse un poco hombres entre los montes. Naturalmente, todo se tuerce y Hopkins y Baldwin acaban perdidos en los bosques, perseguidos por un oso (casualmente el mismo oso que apareció de pequeñín en El oso, de Jean-Jacques Annaud y a la que la película de Tamahori está dedicada. ¿Cuándo habéis visto una película dedicada a un animal? Sólo por eso merece la pena. Y no hablaré de En busca del fuego de Annaud, porque me pegaría días enteros de esa maravilla). Pues todo eso de enfrentarse a la naturaleza y matar al oso es jodido, pero nada comparado con lo de no matarse entre ellos (McPherson se entendía con Baldwin y, claro está, Hopkins lo averigua). Lo cual nos descubre lo que todas estas películas encierran en sí mismas: el mayor peligro está en nosotros mismos. Precisamente, Baldwin dice en un momento de película algo así como “estando aquí, te das cuenta del poco sentido que tiene todo”. Se recuerda a él, mismo esnifando cocaína en la pelvis de una modelo y ve que toda la inocencia de la naturaleza se ha extinguido del mundo del hombre. La hemos extinguido. Es mentira eso de que la naturaleza es cruel, los hijos de puta somos los hombres. Todas estas películas tienen eso grabado a fuego.

Eso se ve muy claramente en un cineasta que casi lo lleva por bandera, Werner Herzog. Víctor siempre me dice que soy un Herzogiano sin pretenderlo. Fitzcarraldo y, sobre todo, Aguirre la cólera de Dios siempre me han impresionado. Delante de las cámaras, porque las historias son una buena muestra de este tipo de cine en el que el hombre va a la naturaleza para enfrentarse a los elementos y termina enfrentándose a uno mismo. Entre bastidores, porque Herzog era un loco que engañaba a unos cuantos europeos y a un montón de indios para perderse en el Amazonas y volverse completamente loco.

Una de las cosas que más me gustaba de Perceval era precisamente el irnos un montón de locos en medio de las montañas, alejarnos de la civilización, de todo lo que conocíamos hasta ese momento, y descubrir la película poco a poco, como el escultor que rescata la figura, rompiendo con un cincel el bloque de mármol. Consciente o inconscientemente, yo sabía que parte de todo ese proceso incluía encontrarnos con nosotros mismos y, lo que es más peligroso, con nuestros fantasmas. Quizá no lo sabía explicar como lo sé explicar ahora, pero algo de lo que todas estas películas puede enseñar es precisamente que no hay animal más peligroso para el hombre que el propio hombre. No es una visión Hobbesiana del mundo, ni mucho menos. Pero cuando Alec Baldwin mira a su alrededor en la naturaleza y ve la inocencia que han perdido, no es sólo un actor hablando. David Mamet escribió eso y seguro que él vivió algo que le hizo escribir esas pequeñas líneas. Las películas no existen porque sí, se basan en la realidad, en lo que nos sucede a las personas. Yo, allí perdido en las montañas, a menudo pensaba en lo altas que son y las subimos, en lo difícil que es arremeter contra el mal tiempo y los hicimos, en que luchar contrarreloj contra el sol es una audacia y la logramos, pero por mucho que avancemos, nunca tendremos la suficiente fuerza como para hacernos frente a nosotros mismos sin que salgamos heridos del encuentro.

Es a la vez uno de los alicientes y una de las cosas que te alejan de todo eso. Pero por eso precisamente buscas las montañas para perderte y por eso te impones retos como lograr algo artístico entre un maremágnum de pesadilla, porque necesitas superarte. A veces no se trata de vencer a tus fantasmas, sino de conocerlos y saber convivir con ellos. Quizá por eso se me ocurren tantas ideas que poder rodar allí, donde el cielo y la tierra se tocan. Quizá por eso tengo guiones con los que me muerdo las uñas sólo con pensar hacerlos.

Estoy deseando volver a las montañas.